jueves, 10 de junio de 2010

Al infinito y mas allá

Yo vivía en una casita. Una casita chica en una pradera floreada. Estaba bien en mi casita, estaba bien en mi pradera, pero eso nunca me evitó soñar. Soñar sanamente, soñar a lo grande, soñar y ser feliz. Siempre fui feliz. Un día me desperté con algo adentro. Una sensación extraña, que me recorría el cuerpo. Una sensación que quería decirme algo. Algo claro, algo distinto. 
Pasé unos cuantos días sin entender de que se trataba, simplemente analizando mi nueva sensación, sintiéndola.
Me era agradable, como un cosquilleo alegre que recorría mi cuerpo. Me era agradable y me intrigaba.
Una noche como cualquier otra, estaba sola en mi casa en la pradera floreada, y sentí la necesidad de salir a tomar aire. Salí de mi casita, y me tire en mi pradera a mirar el cielo, y ahí la vi. Tan redonda, tan majestuosa, estaba frente a mi vestida de blanco la luna. Y entonces, casi como si nada entendí todo.  
Quería ir a la luna. Eso era lo que esa sensación agradable me había estado tratando de decir. Me quería decir que yo quería ir a la luna.
Pasaron los días, y seguí viviendo normalmente, pero la sensación no se iba y no se iba. Traté de ignorarla, traté de hacer como si nada, pero no lograba hacerla desaparecer. Era una cosa que me apasionaba, no podía evitarlo aunque quisiese. Quería ir a la luna, quería tanto tanto, que al final solo pude dejarme llevar. Dejarme llevar y soñar con ir a la luna. Y solía pasar horas acostada en mi cama, imaginándome como sería ir a la luna, acostada imaginando. Pero yo sabía que no podía ser más que eso, nada más que un sueño. Un sueño distante y fácil de soñar. Un sueño distante que me dejaba imaginar pero no me hacia mal no tenerlo, no me hacia mal porque era imposible.
¿Como llegar a la luna? ¿De un salto? No, no hay forma. Quiero llegar a la luna, pero no hay forma.
Y así vivía tranquila, tranquila de que nunca iba a tener que pensar más allá de eso, porque nunca iba a poder superar esos "no puedo". Eran demasiado grandes. 
Soñar así es fácil. No es esa clase de sueño que te desgarra. No es esa clase de sueño porque esta más allá de tu alcance. Si no se puede no se puede y punto, solía decirme ingenuamente sin preocuparme por nada. 
Hasta que algo cambió. Y ahí... Bueno, digamos que ahí capaz se complicó un poco.
Un día comenzó, tan normal como cualquier otro en mi pradera. Me desperté con una sonrisa en mi cara, me desperté feliz. La mañana era cálida y me recibía, a mi y a mis sueños. A mi y a mis ganas de ir a la luna.
Entonces, sin saber muy bien porque, con mi sonrisa indeleble salí al jardín, y fue cuando la vi. Estaba ahí, estacionada en mi pradera de flores como si nada. Ahí estacionada había una nave espacial. La miré y no podía creerlo, era increíblemente grande y brillante. Parecía un gran ave de plata, apuntando al cielo sin titubear, lista para salir disparada. Parecía de mentira, parecía un sueño. 
Y entonces las cosas cambiaron. 
Entonces me dí cuenta que ahora tenía una nave. Me di cuenta que estaba ahí a mi disposición.
Ya no hay "no puedos", ya no existen los "imposibles". Estamos solos yo, y mi sueño de ir a la luna. Ese sueño que soñé y me convencí de que no era posible.
Y decime, ahora ¿Cómo hago para no querer ir a la luna? No se manejar la nave, no se como llegar, pero ahora ¿Cómo me digo que no se puede?
¿Qué hago con esta alma aventurera que se muere de ganas de mandarse?


Y ahora, ahora Me mando. Me mando sin ninguna duda, al infinito y mas allá.
Es que nunca se me ocurrió, que esta nave que calló así tan de la nada iba a gestar todas estas cosas que me hacen tan feliz.

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